Conversando con amigos evangelicos sobre el pecado

Por José Miguel Arráiz
El Mérito
Continuando con la serie de conversaciones entre amigos sobre temas de apologética, les comparto un diálogo ficticio sobre el pecado y su distinción entre el pecado venial y el pecado mortal cuya noción es generalmente rechazada en el protestantismo. Como de costumbre me ha basado en algunas conversaciones con algunos amigos evangélicos. Los nombres de quien participan en la conversación, por supuesto, no son reales.

Miguel: Ok José, me quedé con la intriga de por qué los católicos creen que no todos los pecados son iguales. ¿Podrías explicarlo?

Marlene: Si, a mí también me interesa, porque si algo deja la Biblia claro es que “la paga del pecado es muerte”(Romanos 6,23) y no hace distinción entre los tipos de pecado, como si uno fuera más grave que otro. Siempre he entendido que el pecado es el pecado, sin más.

José: Ok, lo que sucede es que para entiendas esto voy a tener que explicarte primero algunos conceptos teológicos católicos.

Marlene: Mientras estén soportados por la Biblia no hay problema.

José: Pues sí, aunque no de manera explícita sino más bien implícita[1].

Marlene, Miguel, Carlos: Ok, adelante.

José: En primer lugar han de saber que cada acto que puede hacer una persona libremente puede ser bueno o malo, y a esto lo llamamos acto moral. Ahora bien, hay tres factores que determinan si un acto es bueno o malo...

Marlene: Yo lo veo simple. Si haces una obra que está aprobada por la Biblia es un acto bueno, sino no lo es.

José: No es tan simple, porque tu puedes estar haciendo una obra que según la Biblia es buena, como dar limosna a una persona necesitada, y hacerlo por los motivos equivocados, por ejemplo, que te vean y te consideren una buena persona. Eso hacían los fariseos, y su obra que era buena, por su intención viciada se hacía mala (Mateo 6,2). Lo mismo aplica incluso para la oración, pues a los fariseos que oraban en las calles para que los alabaran por ser justos Jesús los considera hipócritas (Mateo 6,5).

Miguel: Tienes razón.

José: Por esto es que decimos que la moralidad de un acto humano se juzga por tres elementos: 1) el objeto: que es la acción en sí mismo, como robar, mentir, dar limosna, orar, etc.; 2) la intención: que es la motivación que te lleva a hacerlo; y 3) las circunstancias: que es el contexto donde se desenvuelve el acto[2].
Es por esto que un acto cuyo objeto es el mismo (como orar), dependiendo de la intención con la que es hecho (adorar a Dios o recibir alabanzas humanas) puede terminar resultando bueno o malo. Incluso un mismo acto dependiendo de las circunstancias puede ser incluso más grave que otro.

Marlene: Pero eso no explica por qué ustedes creen que hay pecados más graves que otros.

José: Ok, pero déjame que te lo explique con un ejemplo práctico. Imagina que luego de darte un hijo tu esposa luego del parto queda bastante pasada de peso. Ella al verse preocupada te pregunta: “Mi amor, ¿me veo muy gorda?” y tú le respondes “No mi vida, para nada”. ¿Es pecado o no es pecado?

Marlene: Bueno, si realmente estaba pasada de peso era pecado porque la Biblia enseña que mentir es pecado.

José: Y nosotros creemos que la mentira es uno de los actos que son intrínsecamente desordenados[3], esto es, que no importa de qué intención o circunstancias estén rodeados, el acto moral siempre será pecado[4]. No solo la mentira es intrínsecamente desordenada, también lo está por ejemplo, el aborto directo, el blasfemar, etc.

Marlene: Bueno, ¿entonces reconoces que fue pecado?.

José: Efectivamente, pero ¿qué crees que sea más grave?, ¿Esa mentira, o otra donde yo calumnie y difame una persona públicamente acusándola de ser una ladrona, asesina, prostituta, etc. sin ser cierto?

Marlene: Ambos son pecado.

José: Si, pero ambos pecados no son igual de graves ante Dios. ¿o acaso sería igual que asesinar o violar un niño o efectuar un genocidio?

Marlene: Te acepto que no sean igual de graves, pero lo que yo digo es que como la paga del pecado es la condenación, no importa si es leve o grave, todos somos reos de muerte por ello.

José: Si, pero por la misma Biblia también sabemos que no todos los pecados tienen la misma gravedad ni el mismo castigo. En el evangelio de Mateo por ejemplo, Jesús dice: “Pues yo os digo: Todo aquel que se encolerice contra su hermano, será reo ante el tribunal; pero el que llame a su hermano "imbécil", será reo ante el Sanedrín; y el que le llame "renegado", será reo de la gehenna de fuego” (Mateo 5,22). Observa como allí Jesús habla de tres tipos de ofensas, una más grave que otra, y como llevan distintas sanciones. Si todos los pecados fueran de igual gravedad no tendría sentido hacer la distinción, todos serían reos de la gehena (el infierno) y punto.
En el evangelio de Juan vemos como Jesús le dice a Pilatos: “No tendrías contra mí ningún poder, si no se te hubiera dado de arriba; por eso, el que me ha entregado a ti tiene MAYOR PECADO”. Allí tienes al propio Jesús diciendo que un pecado es mayor que otro.
Ejemplos hay todavía muchos más, por ejemplo, escandalizar y perder a un niño es tan grave que Jesús dice “Pero al que escandalice a uno de estos pequeños que creen en mí, más le vale que le cuelguen al cuello una de esas piedras de molino que mueven los asnos, y le hundan en lo profundo del mar” (Mateo 18,6). El pecado de Judas fue tan grave que según el propio Jesús “más le valdría no haber nacido” (Mateo 26,24; Marcos 14,21).

Miguel: Pero entonces ¿Cómo entendemos el texto que hemos indicado donde se dice que “la paga del pecado es muerte” (Romanos 6,23)? Allí no se ve que se haga distinción alguna.

José: El apóstol lo que quiere decir es que todos hemos sido afectados por el pecado original y sin la gracia de Dios no podríamos salvarnos. Pero no quiere decir que luego de que el creyente justificado por la fe está en gracia de Dios, cualquier pecado le haga caer del estado de gracia, en cuyo caso no se salvaría nadie.

Miguel: ¿Por qué?

José: Porque difícilmente te sorprenderá la muerte sin haber cometido una falta aunque sea muy pequeña. Recuerda que en nuestra conversación pasada decíamos que el justo peca siete veces al día (Proverbios 24,16). El apóstol Juan reconoce como un hecho que los justos siguen pecando: “Si decimos: «No hemos pecado», le hacemos mentiroso y su Palabra no está en nosotros” (1 Juan 1,10)

Marlene: Pero para eso vale la justicia de Cristo que murió por nosotros, y nos concederá el perdón de los pecados.

José: Espera un momento. Recuerda que en nuestra conversación pasada aceptamos que alguien por el solo hecho de haber creído no asegura su salvación. Si alguien luego de creer se vuelca en una vida de corrupción y pecado y muere sin arrepentirse, ¿cómo va a salvarse?

Miguel: No, estamos de acuerdo en que se condena.

José: Razonando como tú, lo mismo aplicaría para el que vive una vida recta pero ha cometido pequeñas faltas, ¿ves la diferencia?

Marlene: Pero pensando así entonces para que evitar el pecado, pues si unos pecados son menos graves, pues cometamos los menos graves y no habrá problema.

José: Yo no he dicho que los pecados incluso veniales (con esto me refiero a los que no son mortales) no tengan consecuencias, luego podemos conversar un tema muy relacionado a esto. Lo que he dicho es que no todo pecado es de muerte, lo dice el mismo apóstol San Juan en la Biblia: “Toda iniquidad es pecado, pero HAY PECADO QUE NO ES DE MUERTE” (1 Juan 5,17).
Si recuerdas, yo te decía que la moralidad de los actos humanos se determinan por tres factores, el objeto, la intención, y las circunstancias. Hemos visto como la intención puede influir en la moralidad de un acto, ahora te voy a poner un ejemplo de cómo las circunstancias pueden influir también ya sea al aminorar o agravar la culpa, o responsabilidad moral del sujeto.
Jesús en el evangelio dice: “Aquel siervo que, conociendo la voluntad de su señor, no ha preparado nada ni ha obrado conforme a su voluntad, recibirá muchos azotes; el que no la conoce y hace cosas dignas de azotes, recibirá pocos; a quien se le dio mucho, se le reclamará mucho; y a quien se confió mucho, se le pedirá más”. (Lucas 12,47-48). Observa como la circunstancia (el conocimiento de unos respecto a otros) agrava la responsabilidad de cada uno y les hace más o menos culpables. La desobediencia de unos en ese caso se juzgará más grave que la de los otros, cosa que no tendría sentido si los pecados tuvieran todos la misma gravedad.
Por esto precisamente es que San Pablo se toma la molestia de identificar algunos pecados que son tan graves que cortan la relación con Dios y que en caso de morir sin un verdadero arrepentimiento y habiendo obtenido el perdón nos acarrean la condenación:“¿No sabéis acaso que los injustos no heredarán el Reino de Dios? ¡No os engañéis! Ni los impuros, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los homosexuales, ni los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los ultrajadores, ni los rapaces heredarán el Reino de Dios ” (1 Corintios 6,9).
Con esta explicación espero que entiendan por que en la Iglesia Católica distinguimos entre pecados mortales y veniales. Por todos ellos, damos gracias a Dios de que nos ha dejado el sacramento de la penitencia


NOTAS

[1] En la Biblia hay verdades que aunque no aparecen como una definición formal (explícita), si pueden ser deducidas de lo que la Biblia enseña (implícita). Por ejemplo, la Trinidad, el misterio de la encarnación, etc.
[2] Si se determina la moralidad del acto humano en base a las consecuencias se comete el error de caer en consecuencialismo. La Iglesia siempre ha rechazado que el fin justifique los medios (no es lícito por ejemplo, asesinar a una persona para quitarle los órganos y salvar con ellos cuatro personas más, como tampoco robar a los ricos para dar a los pobres). Para más información respecto a esto se sugiere leer la encíclica del Papa Juan Pablo II Veritatis Splendor.
[3] Hay actos que por su objeto no son intrínsecamente desordenados, y su moralidad si puede ser buena o mala dependiendo de la intención o las circunstancias. Así, por ejemplo es lícito matar en defensa propia y defender la propia vida de un agresor injusto. La mentira en cambio siempre es pecado, aunque “la gravedad de la mentira se mide según la naturaleza de la verdad que deforma, según las circunstancias, las intenciones del que la comete, y los daños padecidos por los que resultan perjudicados. Si la mentira en sí sólo constituye un pecado venial, sin embargo llega a ser mortal cuando lesiona gravemente las virtudes de la justicia y la caridad” (CEC 2484). Pero aunque nunca es lícito mentir, si lo es ocultar una verdad a la que el otro no tiene derecho. Santo Tomás a la objeción de que es lícito mentir para salvar una vida responde: “La mentira no sólo es pecado por el daño que causa al prójimo, sino por lo que tiene de desorden, como acabamos de decir (en la solución). Pero no se debe usar de un medio desordenado e ilícito para impedir el daño y faltas de los demás; lo mismo que no es lícito robar para dar limosna (a no ser en caso de necesidad, en que todo es común). Por tanto, no es lícito mentir para librar de cualquier peligro a otro. Se puede, no obstante, ocultar prudentemente la verdad con cierto disimulo, como dice San Agustín en Contra mendaciumSuma teológica - Parte II-IIae - q 110 - Art. 3
[4] Por supuesto, es siempre lícito callar información a la que el otro no tiene derecho, lo cual es distinto a mentir.

FUENTE: http://www.apologeticacatolica.org/Masalla/Masalla32.html

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