Conversando con amigos evangelicos sobre el tema de la Salvacion
Por José Miguel Arráiz
Continuando
con la serie de conversaciones entre amigos sobre temas de apologética,
les comparto un diálogo ficticio sobre el tema de las salvación, un
tema importante porque estuvo allí la principal causa de las divisiones
entre católicos y protestantes en el siglo XVI. Me ha basado en algunas
conversaciones con algunos amigos evangélicos, pero lo he reordenado
para que el orden de los argumentos tenga más consistencia. Al igual que
los diálogos anteriores, puede servir de ayuda y guía a la hora de
explicar a nuestros hermanos cristianos de otras denominaciones
exactamente que creemos y por qué, aunque se que en este y otros temas,
los mejores argumentos no convencerán a todos. Los nombres de quien
participan en la conversación, por supuesto, no son reales.
Julia: Yo nunca he entendido por qué los católicos niegan que la salvación sea una gracia[1] que recibimos por medio de la fe, ¿acaso no dice la Biblia que “Pues
habéis sido salvados por la gracia mediante la fe; y esto no viene de
vosotros, sino que es un don de Dios; tampoco viene de las obras, para
que nadie se gloríe.” (Efesios 2,8)
José: Has tocado un tema muy importante y con gusto te explico que creemos nosotros los católicos.
Marlene: Adelante, a mí también me interesa.
José: Ante todo han de saber, que los católicos si creemos que la salvación es una gracia de Dios que recibimos por medio de la fe.
Julia: Pero no creen que la salvación la recibimos solamente por la fe[2],
sino que creen que hay también que hacer buenas obras para salvarse,
cumplir los mandamientos, como si la salvación hubiese que comprarla.
San Pablo es muy claro en que “si es por gracia, ya no lo es por las obras; de otro modo, la gracia no sería ya gracia” (Romanos 11,6)
José: Te
explico con un ejemplo que entendemos nosotros por el hecho de que la
salvación es una gracia de Dios. Imagina un hombre que se encuentra en
el fondo de un pozo muy hondo, no tiene dinero y no puede salir por sí
mismo. Llega alguien y sabe que aquel hombre ni merece que le ayuden a
salir del pozo, ni tiene con qué pagarle, pero aún viene y le tiende
la mano. Si este hombre no la toma e intenta subir no sale.
Probablemente tendrá que esforzarse en salir, a pesar de la ayuda de la
mano que le impulsa tendrá que poner también de su parte, pero eso no
significa que pagó por su salida. El habrá sido rescatado gratuitamente
porque su esfuerzo al salir no paga el favor hecho por su benefactor.
Marlene: Si, es un ejemplo muy
parecido al que yo utilizo para explicar que Dios nos ofrece
gratuitamente la salvación y nosotros debemos aceptarla.
José: Ahora
bien, ustedes estarán de acuerdo conmigo de que quien impulsa al hombre
a aceptar la salvación y creer es Dios infundiendo en él su gracia.
Julia y Marlene: Claro.
José: Pues bien, la misma gracia de Dios que les impulsa a creer, es la que les impulsa a obrar, lo dice la Biblia: “pues Dios es quien obra en vosotros el querer y el obrar, como bien le parece” (Filipenses 2,13)
Julia y Marlene: De acuerdo.
José: Observen
ahora que la gracia comienza a actuar en el hombre mucho antes de
creer. Incluso cuando se siente movido a escuchar una predicación, o
cuando busca acercarse a Dios está ya la gracia trabajando y moviéndole a
Él.
Julia: Sin duda.
José: Ahora,
¿creen ustedes que el hombre tenga potestad para resistir esa gracia?
Que Dios le mueve a creer y luego a obrar veo que estamos de acuerdo,
pero ¿puede el hombre resistirse?
Marlene: Yo creo que sí, porque hay gente que decide no creer aunque se les predique mucho.
Julia: En
esto no estoy de acuerdo con Marlene, yo creo que la gracia de Dios
puede ser parcialmente resistida pero nunca de manera definitiva, y por
eso decimos que es irresistible, ya que Dios va y ablanda poco a poco el corazón de aquellos que él ha predestinado a salvarse por más duros que sean[3].
José: Pero Julia, si esto es así, ¿y los que no creen ni se salvan acaso no reciben nunca la gracia de Dios?
Julia: Es
un tema complejo, pero creo que no, no reciben la gracia de Dios porque
no están predestinados para salvarse. La elección divina es algo
misterioso que la inteligencia humana no puede penetrar.
José: Pues
fíjate que en esto los católicos estamos más bien de acuerdo con
Marlene. Creemos que Dios derrama su gracia sobre todos porque “quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento pleno de la verdad” (1 Timoteo 2,4).
Hay muchos textos
bíblicos que enseñan que el hombre que se condena, no es porque Dios no
le diera las gracias para que se salvara, sino porque las rechazó. Por
eso los católicos creemos que la gracia si puede ser resistida incluso
de manera definitiva[4]. Por eso San Pablo nos invita a cooperar con la gracia para no recibirla en vano: “Y como cooperadores suyos que somos, os exhortamos a que no recibáis en vano la gracia de Dios” (2 Corintios 6,1).
Jesús en la parábola de
la vid nos da un buen ejemplo (Juan 15,1-9), porque allí se representa
Él como el tronco de un árbol y nosotros como las ramas. La gracia es
representada por la savia del tronco que fluyendo hacia las ramas hace
que produzcan fruto. ¿Quién produce el fruto? ¿La rama o la savia?
¿Dios, o el hombre?
Marlene, Julia: Dios, que como has dicho antes, “es quien obra en vosotros el querer y el obrar”
José: Si,
la obra es primeramente de Dios, pero no es Dios obrando solo, sino
Dios obrando a través del hombre. Por eso San Pablo en el texto anterior
nos llama “cooperadores” de su gracia.
Tu Marlene, aceptas que
la gracia puede ser resistida, entonces cuando la gracia fructifica, el
hombre se está dejando mover por ella. No es Dios que obra sin el
consentimiento del hombre, es el hombre el que obra movido por Dios.
Marlene: De acuerdo.
José: Ahora
vamos al siguiente punto. Luego de que el hombre ya ha creído y ha sido
justificado por la fe, ¿todavía puede resistir la gracia?
Marlene: Yo creo que sí.
José: ¿Puede desviarse de la verdad e incluso pecar gravemente?
Marlene: Si.
José: ¿Si muere en ese estado sin arrepentirse verdaderamente se salva?
Marlene: No.
Julia: No
Marlene, si se salva, porque ya aceptó a Jesús como salvador. El Padre
no lo mirará a Él sino a Cristo en quien él ha puesto su confianza.
Recuerda lo que dice la Biblia, “Ten fe en el Señor Jesús y te salvarás tú y tu casa” (Hechos 16,31), y también “el que cree, tiene vida eterna”
(Juan 6,47). Precisamente por eso es que la salvación es gracia. No
hiciste nada para recibirla, no puedes hacer nada para perderla.
José: Espera
un momento que hay un error en tu razonamiento: El que la salvación se
reciba gratuitamente no quiere decir que no puedas perderla. Yo puedo
darte un regalo y eso no quiere decir que no puedas echarlo a la basura.
Julia: El
texto dice claramente que al momento de creer ya se tiene vida eterna, y
lo dice en presente, que quiere decir que ya desde ese momento somos
salvos eternamente, y si somos salvos para siempre no podemos perder la
salvación (Juan 3,36; 5,24; 6,47).
José: Entiende
que mientras estamos en este mundo, la vida eterna está condicionada a
permanecer en el estado de gracia. San Juan nos habla de alguien que ha
creído pero luego ha comenzado a odiar a su hermano y ya no tiene “vida eterna permanente” en él (1 Juan 3,15). Jesús mismo advierte en numerosas ocasiones que para salvarse hay que “perseverar hasta el fin” (Mateo 10,22; 24,13; Marcos 13,13) , el autor de la epístola a los hebreos nos advierte a no “descuidar la salvación” (Hebreos 2,3) y San Pablo nos advierte de manera tajante que si no nos mantenemos en la bondad seremos “desgajados” (Romanos 11,22)
Marlene: No, yo si acepto que la salvación se puede perder si el hombre se aparta de la fe.
José: Ese es el punto. Si el hombre luego de creer, puede hacer o dejar de hacer ALGO que afecte su salvación, entonces esta NO DEPENDE SOLO DE HABER CREÍDO.
Marlene: Espera
un momento, pero ¿si el hombre en verdad ha creído, no quiere decir
entonces que no se apartará del camino de la fe?. Después de todo las
obras son fruto de la fe verdadera y si tenía realmente una fe
verdadera, él actuará conforme a esa fe.
José: Es
cierto que las obras son fruto de la fe, pero incluso el hombre
justificado sigue afectado por la concupiscencia y puede resistir la
gracia. Puede por tanto haber creído y aun así luego apartarse y dejar
de fructificar. Para ilustrar esto mencionaba la parábola de la vid, en
donde ramas que estuvieron unidas árbol dejan de dar fruto y terminan
por ser cortadas y echadas al fuego (Juan 15,6). San Pedro habla de
aquellos que habiendo sido lavados volvieron a la inmundicia del pecado:
“Pues más les hubiera valido no haber conocido el camino de la
justicia que, una vez conocido, volverse atrás del santo precepto que le
fue transmitido. Les ha sucedido lo de aquel proverbio tan cierto: «el
perro vuelve a su vómito» y «la puerca lavada, a revolcarse en el
cieno».” (2 Pedro 2,21-22). Por otro lado recuerda que aunque
efectivamente las obras son producto de la gracia, es la gracia obrando a
través de la voluntad libre del hombre.
Julia: Pero
visto de ese modo se complica mucho algo tan simple y se da a entender
que hay que esforzarse por la salvación, y no tiene sentido esforzarse
por obtener algo que es una gracia, o en pocas palabras, que es gratis.
José: No
tienes por qué ver ambas cosas como excluyentes, precisamente para que
lo entendieras te puse el ejemplo del hombre en el fondo del pozo.
Recuerda que San Pablo nos manda a “trabajar con temor y temblor por nuestra salvación” (Filipenses 2,12) y Jesús a “luchar por entrar por la puerta estrecha” (Lucas 13,24; Mateo 7,13). Todo eso implica esfuerzo personal. El dicho coloquial “A Dios rogando y con el mazo dando” lo ejemplifica bien.
Julia: Pero si es así, y tenemos que esforzarnos por la salvación, ¿para que murió Cristo por nosotros?
José: Cristo
ha muerto para redimirnos. Sin su sacrificio que ha sido completamente
gratuito no podríamos salvarnos. Pero eso no quiere decir que el
creyente justificado no tenga que obrar conforme a la voluntad de Dios
para salvarse, ni deje de ser necesario cumplirlos mandamientos.
Recuerda que Cristo también dijo “«No todo el que me diga: Señor, Señor, entrará en el Reino de los Cielos, sino el que haga la voluntad de mi Padre celestial.” (Mateo 7,21). Recuerda que el Señor “se convirtió en causa de salvación eterna para todos LOS QUE LE OBEDECEN” (Hebreos 5,9).
Cuando a Jesús le preguntan que hay que hacer para salvarse, él responde “si quieres entrar en la vida, cumple los mandamientos”
(Mateo 19,16-17). No es que se “compre” la vida eterna al cumplir los
mandamientos, pero si no se los cumple, no se salva. Es aquí que se
encuentra el traje del hombre nuevo del que habla Jesús (Mateo
22,11-13), el cual si no nos lo ponemos somos arrojados del banquete del
cielo.
Julia: Pero ¿Quién puede cumplir todos los mandamientos?
José: Solos nada podemos, pero la gracia nos capacita. Recuerda que las palabras de San Pablo “todo lo puedo en Cristo que me fortalece” (Filipenses 4,13). Dios siempre nos da la gracia para cumplir los mandamientos: “Porque
estos mandamientos que yo te prescribo hoy no son superiores a tus
fuerzas, ni están fuera de tu alcance. No están en el cielo, para que
hayas de decir: «¿Quién subirá por nosotros al cielo a buscarlos para
que los oigamos y los pongamos en práctica?» Ni están al otro lado del
mar, para que hayas de decir: «¿Quién irá por nosotros al otro lado del
mar a buscarlos para que los oigamos y los pongamos en práctica?» Sino
que la palabra está bien cerca de ti, está en tu boca y en tu corazón
para que la pongas en práctica.” (Deuteronomio 30,11-14)
Marlene: Si,
pero la Biblia también dice que incluso el justo peca siete veces al
día (Proverbios 24,16), entonces nadie podría salvarse.
José: Lo que sucede es no todo pecado es un pecado mortal, pero eso es algo que podemos analizar en otra ocasión[5].
Nosotros mientras estamos en esta vida podremos tener caídas, pero lo
importante es perseverar hasta el fin en el bien, y si caemos pedir
perdón a Dios y levantarnos. Para eso nosotros tenemos el sacramento de
la penitencia.
Marlene: En la forma en cómo lo explicas no está muy lejos de lo que yo particularmente creo.
José: Y
lo que te explico es precisamente como lo enseña la Iglesia. A lo largo
de la historia siempre han estado en pugna dos errores opuestos: el
error de Pelagio que creía que la salvación era solo el producto del
esfuerzo personal sin necesidad de la gracia[6], y el error de Lutero que le daba a la gracia un lugar tal que negaba el papel de la libertad humana[7].
La salvación es en primer lugar de Dios, quien nos salva gratuitamente,
pero en segundo lugar y de manera subordinada, nuestra.
Entendido de esta
manera se puede entender perfectamente por qué todos los textos bíblicos
que hablan de como seremos juzgados, dicen que será por nuestras obras
(Mateo 16,27; 2 Corintios 5,10; Apocalipsis 20,12; Mateo 25,31-46), y
porqué el apóstol Santiago advierte “¿De qué sirve, hermanos míos, que alguien diga: «Tengo fe», si no tiene obras? ¿Acaso podrá salvarle la fe?” (Santiago 2,14), pues “la fe, si no tiene obras, está realmente muerta” (Santiago 2,17) y finalmente: “el hombre es justificado por las obras y NO POR LA FE SOLAMENTE” (Santiago 2,24)
Como dice San Pablo,
podemos TENER FE COMO PARA MOVER MONTAÑAS, pero sin caridad somos como
metal que resuena o címbalo que retiñe (1 Corintios 13,1)
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NOTAS
[1] En
teología cristiana se entiende por gracia divina o gracia santificante
un favor o don gratuito concedido por Dios para ayudar al hombre a
cumplir los mandamientos, salvarse o ser santo, como también se entiende
el acto de amor unilateral e inmerecido por el que Dios llama
continuamente las almas hacia Sí. También ha sido por gracia
(gratuitamente) que Cristo ha muerto para redimir a todos los hombres.
[2] Los católicos creemos que la justificación inicial si es solamente por la fe. Tal como sostiene el Concilio de Trento: “Cuando
dice el Apóstol que el hombre se justifica por la fe, y gratuitamente;
se deben entender sus palabras en aquel sentido que adoptó, y ha
expresado el perpetuo consentimiento de la Iglesia católica; es a saber,
que en tanto se dice que somos justificados por la fe, en cuanto esta
es principio de la salvación del hombre, fundamento y raíz de toda
justificación, y sin la cual es imposible hacerse agradables a Dios, ni
llegar a participar de la suerte de hijos suyos. En tanto también se
dice que somos justificados gratuitamente, en cuanto ninguna de las
cosas que preceden a la justificación, sea la fe, o sean las obras,
merece la gracia de la justificación: porque si es gracia, ya no
proviene de las obras: de otro modo, como dice el Apóstol, la gracia no
sería gracia”.
[3] Julia
representa en esta conversación a los evangélicos de tendencia
calvinista o reformada, que creen que la gracia es irresistible y que
Dios predestina sin tomar en cuenta ningún merecimiento personal sino en
base a un decreto inescrutable, a unos para la salvación y a otros para
la condenación. Marlene en cambio representa a los evangélicos de
tendencia arminiana, que aceptan que la gracia no es irresistible. Para
los católicos, es de fe que la gracia no es irresistible.
[4] Si
no se pudiera resistir la gracia, el hombre justificado nunca más
pecaría. Los calvinistas admiten que la gracia se puede resistir solo
parcialmente pero niegan que se pueda rechazar definitivamente.
[5] Posteriormente se tratará la distinción entre pecado mortal y pecado venial.
[6] El Pelagianismo ha sido una herejía condenada siempre por la Iglesia.
[7] Martín Lutero comienza su obra De Servo Arbitrio diciendo “Das der freie wille nichts sey” (traducido sería “que el libre albedrío es una nada”). Más adelante niega el libre albedrío al que llama “pura mentira”. Esta obra puede ser leída gratuitamente en la Web de la Biblioteca Reformada (www.iglesiareformada.com)
FUENTE: http://www.apologeticacatolica.org/Salvacion/SalvacionN20.html
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