Suicidio moral
FUENTE: http://goo.gl/y0M14
Ayer, en la homilía de la fiesta de la Sagrada Familia, el abad del Valle de los Caídos habló de que Europa está encaminada a un “suicidio moral”. Trazó una línea desde la aparición del matrimonio civil y el divorcio, con la Revolución Francesa, pasando por el crecimiento de la mentalidad divorcista, las parejas de hecho, el aborto y el matrimonio gay hasta la actualidad.
Estaba pensando en ese suicidio moral del que hablaba el buen abad, intentando decidir si era un término adecuado o si había en él algo de exageración, cuando he leído esta noticia: la cámara alta del Parlamento suizo ha elaborado un proyecto de ley para despenalizar el incesto. La justificación, según Daniel Vischer, del Partido Verde, es que “no hay nada malo en que dos adultos se acuesten juntos, aunque estén emparentados”.
Resulta impresionante la ligereza con la que se tiran por la borda la moral, el sentido común, la psicología y la genética más básicas, la experiencia legal de siglos y la sabiduría de la práctica totalidad de la Historia humana. “Dos adultos”, dice, como si una chica de dieciocho años pudiera considerarse un adulto en comparación con su padre, como si esa relación no fuera desigual por su propia naturaleza. “No hay nada de malo”, dice, como si la endogamia incestuosa no fuera una aberración que va mucho más allá de la genética, con terribles consecuencias psicológicas, sociales, culturales y morales. “Se acuesten juntos”, dice, como si la sexualidad fuera únicamente algo biológico, como el comer o el respirar, algo cuya falsedad es evidente para cualquiera con dos dedos de frente.
En fin, lo cierto es que, después de leer la noticia, me ha quedado clarísimo que “suicidio moral” es lo menos que puede decirse del camino que ha tomado nuestra sociedad. Son legión, y nunca mejor dicho, las medidas legislativas y sociales que facilitan y fomentan hasta la saciedad, con excusas variadas, la promiscuidad, la ausencia de un verdadero compromiso, las desviaciones sexuales, el desprecio del matrimonio, la disgregación de la familia y una visión superficial y hedonista de la sexualidad.
Y todo se justifica mediante una concepción adolescente de la vida, que consiste, más o menos en “puedo hacer lo que me dé la gana, sin que nadie me diga nada por ello y sin ninguna consecuencia”. Sin embargo, como todos vamos aprendiendo al salir de la adolescencia, las acciones sí que tienen consecuencias. Y pretender que no es así es una receta infalible para el desastre. En este caso, una receta infalible para el suicidio moral de una sociedad que se ha convertido en su peor enemigo.
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