La Guerra contra la Menstruación
El artículo que a continuación se presenta es para mí como mujer, una voz de verdadero apoyo a lo que soy: MUJER.
Es una invitación a la reflexión, pues.
Este blog, entre tanto, también se ha ido convirtiendo en una especie de reproducir sobre temas que me interesan.
No voy a resaltar las líneas que me parecen claves. Cada uno lo puede hacer, cada uno es libre de tomar su postura frente a este tema: Allá ellas… Yo en la intimidad de las personas no me meto… Cada quien que haga lo que quiera…. El mundo es así… etc.
Yo ya he tomado la mía, quizá desde antes de leer este artículo, solo que mejor y tan bien sustentado yo no lo puedo hacer.
Gracias.
PD: Y no es excusa que el texto es “demasiado largo”.
La Guerra contra la Menstruación
FUENTE: http://fraynelson.com/blog/2007/05/24/la-guerra-contra-la-menstruacion/
Los Hechos
El primer comercial de televisión sobre toallas higiénicas femeninas, en mis recuerdos, presentaba a dos amigas que se disponían a ir a un paseo en compañía de muchos otros chicos y chicas. Una dice a la otra: “Pensé que no vendrías…” y la otra responde: “¡SERENA me salvó el paseo!” Eso debió suceder hacia 1972. Con el tiempo supe que SERENA era la marca de esas toallas y supe también que ese paseo se hubiera podido arruinar debido al periodo menstrual de esa muchacha.
Por supuesto, las toallas femeninas u otros recursos similares han mejorado de muchos modos la higiene, salud y calidad de vida de millones de mujeres, que se sienten más “serenas” para llevar una vida simplemente normal sin temor de que los ritmos de su cuerpo las pongan en evidencia o incomodidad con otros. Yo no estoy en guerra contra las toallas. Tengo otros adversarios más importantes.
Vino luego otra marca que prometía más que la serenidad. Esta era, o creo que sigue siendo, “Stayfree.” Como poco o nada sabía de inglés en ese tiempo, no podia yo imaginarme el mensaje: “Permanece libre.” En el primer comercial la menstruación ha podido significar que un paseo se arruina; ahora las cosas son más serias pues el mensaje es: “Libérate, permanece libre de tu periodo menstrual.”
Otro paso en esta misma dirección vino en la línea farmacológica: por una parte, todo el mercado de la “píldora,” diseñada para dar un mayor control de la mujer sobre sus posibilidades de fertilidad; por otra, una creciente oferta de analgésicos y de fármacos dirigidos a facilitar el control de la montaña rusa emocional que suele ir asociada con algunas fechas del periodo. El objetivo es claro: se trata de que la menstruación virtualmente desaparezca no sólo en cuanto a los hechos externos (la higiene) sino en cuanto al mundo interno de la mujer: no hay dolor, no hay cambios anímicos, no hay posibilidad de fertilidad. Poco a poco la propuesta se fue acercando a: “Vive como si no menstruaras.”
Ese mensaje empieza a ser, no virtualidad, sino realidad para millones de mujeres en los Estados Unidos. La FDA (Oficina del Gobierno Estadounidense para Alimentos y Medicamentos) ha dado luz verde a la distribución de Lybrel que debe ser tomada diariamente, de por vida, para llevar a cabo lo que venía siendo sólo promesa: vivir sin volver a tener una sola menstruación, y por supuesto, sin quedar embarazada jamás. La píldora anticonceptiva se supone que debe tomarse por tres semanas consecutivas para luego dejar una semana que permite el periodo; Lybrel, en cambio, es para terminar de una buena vez con la menstruación. Por eso hablo de guerra.
Es un poco extraña la aprobación de la FDA, por muchas razones. Al rededor de la mitad de las mujeres que la tomaron presentaron irregularidades como sangrados inesperados, o sea, en fechas atípicas. Nadie sabe tampoco qué sucede si alguien toma Lybrel por años y años; no hay estudios al respecto. Sin embargo, la nueva píldora estará pronto a la venta, de donde debemos entender que sus primeras usuarias serán basicamente conejillos de indias.
Lybrel trabaja manteniendo al cuerpo de la mujer sometido a un baño hormonal continuo que no deja que se desarrolle el periodo menstrual. Las sustancias correspondientes son ya conocidas porque han sido usadas en contraceptivos orales; estas sustancias son el ethinyl estradiol y el levonorgestrel. Como yo no veo a nadie protestando por el hecho de que las mujeres dejen de menstruar, y como vivimos en una época que se supone que adora que todo sea “natural,” “sin preservantes” y “orgánico,” lo único que se puede concluir es que llenar de hormonas a una mujer es normal y que no hay peor anormalidad que menstruar. La Dra. Vanessa Cullins, de la Oficina de Planificación Familiar en los Estados Unidos ayuda con sus consejos a que todos reconozcamos la sabiduría que hay en el uso del Lybrel, porque las molestias de millones de mujeres, tales como hipersensibilidad en el busto o algunas náuseas van a llegar a un final.
No faltan voces, como la de Jean Elson y Paula Derry, que detectan que no puede ser natural impedir el ciclo mismo que hace posible la reproducción humana pero por lo que parece sus opiniones serán pronto ahogadas por el clamor de tantas mujeres cansadas de su periodo y sobre todo por el rugido de la voz grande, la del dinero. Una vez que las mujeres empiecen a echar en sus carritos de mercado el Lybrel con la puntualidad de sus antiguos periodos, la cuestión ética pasará a segundo o tercer plano.
Lo que a mí me llama la atención de todo esto es la increíble serenidad con que la gente admite vivir en contradicciones e incoherencias espantosas. Hay quien se dice de izquierdas, dizque por defender a los desvalidos, y entonces se declara en favor del aborto, para destruir a los más desvalidos e inocentes. La gente no quiere que el pollo que se va a comer haya recibido hormonas pero luego está dispuesta a saturar de hormonas el cuerpo de la mujer… de por vida. Muchos declaran su lucha contra el imperio del capital pero favorecen la ética de control reproductivo que genera millones de dólares para gigantescas transnacionales. ¿Qué es eso, sino doble juego, o algo peor, una especie de esquizofrenia social?
Las Objeciones
Claro, ya me parece escuchar un par de objeciones. Una mujer se levanta en medio de la audiencia y me dice que yo no sé lo que es menstruar y cuenta una historia triste de las vergüenzas, dolores, incomodidades y desgracias que le ha traído el periodo. Esencialmente, me declara desautorizado para hablar y empieza a elaborar la retórica típica: soy un patriarcalista-machista que se resiste a que la mujer sea dueña de su cuerpo.
La otra objeción intenta apoyarse en una especie de mentalidad de tabú: ¿Qué hace un sacerdote hablando de las intimidades de las mujeres? ¿Qué es eso de estar pontificando sobre el periodo menstrual?
En realidad las dos objeciones se pueden abordar de manera conjunta. Me interesa el periodo de las mujeres porque todos y cada uno de los seres humanos que estamos o estaremos sobre esta tierra tenemos una relación directa con el primer hogar que conocimos, que fue la matriz de una mujer. La razón por la que las mujeres no son ni pueden ser “dueñas” de sus cuerpos es porque sus cuerpos contienen TODO el futuro de TODA la Humanidad. Y si todos dependemos de lo que suceda en la matriz de la mujer, a todos nos interesa lo que suceda o deje de suceder en la matriz y también en el corazón, la conciencia y los valores de las mujeres.
¿Supone el periodo menstrual algunas o muchas incomodidades? No lo niego. A la vez, afirmo, sin embargo, que cuarenta años de propaganda hablando sólo de los males de la menstruación han logrado relegar a la penumbra el hecho más elemental de todos: que a través de ese ciclo se prepara la cuna en la que cada ser humano es acogido y abrazado por primera vez. Sin dudas son emocionantes los paseos de la toalla SERENA; sin duda es fuerte la gratificación sexual que consiguen las mujeres que sacan de su horizonte la posibilidad de ser madres para consagrarse con fuerza a gozar de su piel. Nada de eso dudo. Pero, ¿son esas todas las alegrías de una mujer? ¿No existe algo de alegría en saberse mamá, en sentir que el bebé crece, en sufrir y saber por quién se entrega tanto amor? ¿Es que la única manera de sentir amor es programarse para el placer? ¿No existe acaso la alegría de la donación, de la entrega, y de ver que todo ello produce el milagro de la vida?
Es toda esta otra parte, la parte de la donación y del amor generoso, la parte de la maternidad, la que finalmente se oculta con astucia o con rabia. La consigna de las feministas actuales está clara: separar a la mujer de la maternidad; hacer que ella sienta que el embarazo es una desgracia y que su modo natural de ser es volcarse sobre sí misma, sobre su figura, su piel, su placer. En realidad esta no es una guerra contra la menstruación; es una guerra contra la maternidad. Bueno, ¿y no es ese el primer sentido de aquello que dice la Biblia, que la serpiente está en guerra contra la descendencia de la mujer (Génesis 3,15)?
Los Otros Ciclos
Además del ciclo menstrual hay otros ciclos, que ciertamente duran más que unas cuantas semanas.
Una sociedad que quiere–vanamente–fundamentarse sobre el egoísmo no puede predicar a la mujer otro lenguaje que el de Lybrel: suspende tu periodo, desconéctate de la maternidad, vive para ti misma hasta embriagarte de los placeres más fuertes, y hasta lograr cada una de tus metas. La pregunta es qué sigue después de eso: qué sigue para la mujer y qué sigue para la sociedad–pues en realidad las dos cosas van unidas. Lo que sigue es que vamos a tener una generación de mujeres ebrias de sí mismas, estirando su piel para que no tenga arrugas, y sus años, para pretender que serán siempre jóvenes. Esa generación habrá cometido suicidio social. Su éxito será su ruina porque si consiguen mutilar sus úteros a base de Lybrel no tendrán hijas a quiénes enseñar que el Lybrel hay que tomarlo todos los días.
Esa generación se apagará entre ruinas y vendrá otra generación, la de aquellos pobres que, según frase irónica de Marx, no tienen más riqueza que su prole. Esas otras mujeres, que no conocen tantos placeres exóticos pero sí el gozo de educar niños y verlos crecer fuertes y alegres; esa otra generación de mujeres, venida seguramente de Africa, Asia o América Latina, un día mirará con extraña compasión a las ancianas que murieron secas.
Pero nadie piense que esto sucederá una vez y sólo una. La Humanidad no termina de aprender sus lecciones. A través de grandes ciclos la mucha riqueza produce lujo y pereza, y luego egoísmo y dureza; el egoísmo ahoga a las ideas nuevas y no deja nacer nuevos seres humanos; la asfixia del egoísmo debilita y hace colapsar a las civilizaciones; su caída abre la puerta a nuevos pueblos y estilos que entonces empiezan a levantarse sobre las ruinas de sus predecesores, y así llega después la riqueza; sólo que la mucha abundancia produce de nuevo lujo y pereza, y el ciclo vuelve a empezar. En cada vuelta de ese carrusel cambian los nombres de los mismos crímenes. Las espartanas abandonaban sus bebés en las montañas; las romanas los botaban a alcantarillas; las europeas los abortan o se mutilan ellas a base de Lybrel: en todo ello hay una guerra contra la vida, o mejor, una guerra contra la posibilidad de dar vida, de salir de uno mismo, de entregarse uno para que otro crezca.
Cómo ganar la batalla
No debemos ser demasiado duros con las mujeres que planifican o que se esterilizan indefinidamente con Lybrel. A menudo sucede que ellas han aprendido la dura lección de concentrarse sólo en sí mismas porque no han conocido de los hombres otra cosa. Existe el egoísmo masculino; existe la espantosa indiferencia de tantos “machos” que sienten que la mujer tiene que cargar con todo, desde los dolores de su menstruación hasta los dolores que traiga la crianza de unos hijos, o el dolor espantoso de haberlos abortado. Ese egoísmo ha engendrado el otro egoísmo, el de la mujer que quiere también ella concentrarse del todo en sí misma, en su piel, en su sexo, en sus metas.
No vamos a ganar la guerra en favor de la maternidad ni vamos a mejorar la situación de la mujer sólo denunciando a las transnacionales o espantándonos del libertinaje que cunde por todas partes. Para renunciar a su Lybrel, para sentirse feliz de estar abierta a la vida la mujer necesita encontrar lo que todo ser humano necesita encontrar: que el amor existe; que ella merece respeto, atención y cuidado; que sus esfuerzos cuentan y su donación es apreciada y agradecida por todos.
Finalmente yo veo toda la respuesta sólo en Jesús. Es él quien rompe los ciclos, no los ciclos normales de la naturaleza y del cuerpo, sino los ciclos perversos del egoísmo y la violencia de los hombres. Es él quien hará que cada hombre y cada mujer se sientan felices de ser lo que son, para lo gloria del Padre, y del Hijo, y del
Espíritu Santo.
Es una invitación a la reflexión, pues.
Este blog, entre tanto, también se ha ido convirtiendo en una especie de reproducir sobre temas que me interesan.
No voy a resaltar las líneas que me parecen claves. Cada uno lo puede hacer, cada uno es libre de tomar su postura frente a este tema: Allá ellas… Yo en la intimidad de las personas no me meto… Cada quien que haga lo que quiera…. El mundo es así… etc.
Yo ya he tomado la mía, quizá desde antes de leer este artículo, solo que mejor y tan bien sustentado yo no lo puedo hacer.
Gracias.
PD: Y no es excusa que el texto es “demasiado largo”.
La Guerra contra la Menstruación
FUENTE: http://fraynelson.com/blog/2007/05/24/la-guerra-contra-la-menstruacion/
Los Hechos
El primer comercial de televisión sobre toallas higiénicas femeninas, en mis recuerdos, presentaba a dos amigas que se disponían a ir a un paseo en compañía de muchos otros chicos y chicas. Una dice a la otra: “Pensé que no vendrías…” y la otra responde: “¡SERENA me salvó el paseo!” Eso debió suceder hacia 1972. Con el tiempo supe que SERENA era la marca de esas toallas y supe también que ese paseo se hubiera podido arruinar debido al periodo menstrual de esa muchacha.
Por supuesto, las toallas femeninas u otros recursos similares han mejorado de muchos modos la higiene, salud y calidad de vida de millones de mujeres, que se sienten más “serenas” para llevar una vida simplemente normal sin temor de que los ritmos de su cuerpo las pongan en evidencia o incomodidad con otros. Yo no estoy en guerra contra las toallas. Tengo otros adversarios más importantes.
Vino luego otra marca que prometía más que la serenidad. Esta era, o creo que sigue siendo, “Stayfree.” Como poco o nada sabía de inglés en ese tiempo, no podia yo imaginarme el mensaje: “Permanece libre.” En el primer comercial la menstruación ha podido significar que un paseo se arruina; ahora las cosas son más serias pues el mensaje es: “Libérate, permanece libre de tu periodo menstrual.”
Otro paso en esta misma dirección vino en la línea farmacológica: por una parte, todo el mercado de la “píldora,” diseñada para dar un mayor control de la mujer sobre sus posibilidades de fertilidad; por otra, una creciente oferta de analgésicos y de fármacos dirigidos a facilitar el control de la montaña rusa emocional que suele ir asociada con algunas fechas del periodo. El objetivo es claro: se trata de que la menstruación virtualmente desaparezca no sólo en cuanto a los hechos externos (la higiene) sino en cuanto al mundo interno de la mujer: no hay dolor, no hay cambios anímicos, no hay posibilidad de fertilidad. Poco a poco la propuesta se fue acercando a: “Vive como si no menstruaras.”
Ese mensaje empieza a ser, no virtualidad, sino realidad para millones de mujeres en los Estados Unidos. La FDA (Oficina del Gobierno Estadounidense para Alimentos y Medicamentos) ha dado luz verde a la distribución de Lybrel que debe ser tomada diariamente, de por vida, para llevar a cabo lo que venía siendo sólo promesa: vivir sin volver a tener una sola menstruación, y por supuesto, sin quedar embarazada jamás. La píldora anticonceptiva se supone que debe tomarse por tres semanas consecutivas para luego dejar una semana que permite el periodo; Lybrel, en cambio, es para terminar de una buena vez con la menstruación. Por eso hablo de guerra.
Es un poco extraña la aprobación de la FDA, por muchas razones. Al rededor de la mitad de las mujeres que la tomaron presentaron irregularidades como sangrados inesperados, o sea, en fechas atípicas. Nadie sabe tampoco qué sucede si alguien toma Lybrel por años y años; no hay estudios al respecto. Sin embargo, la nueva píldora estará pronto a la venta, de donde debemos entender que sus primeras usuarias serán basicamente conejillos de indias.
Lybrel trabaja manteniendo al cuerpo de la mujer sometido a un baño hormonal continuo que no deja que se desarrolle el periodo menstrual. Las sustancias correspondientes son ya conocidas porque han sido usadas en contraceptivos orales; estas sustancias son el ethinyl estradiol y el levonorgestrel. Como yo no veo a nadie protestando por el hecho de que las mujeres dejen de menstruar, y como vivimos en una época que se supone que adora que todo sea “natural,” “sin preservantes” y “orgánico,” lo único que se puede concluir es que llenar de hormonas a una mujer es normal y que no hay peor anormalidad que menstruar. La Dra. Vanessa Cullins, de la Oficina de Planificación Familiar en los Estados Unidos ayuda con sus consejos a que todos reconozcamos la sabiduría que hay en el uso del Lybrel, porque las molestias de millones de mujeres, tales como hipersensibilidad en el busto o algunas náuseas van a llegar a un final.
No faltan voces, como la de Jean Elson y Paula Derry, que detectan que no puede ser natural impedir el ciclo mismo que hace posible la reproducción humana pero por lo que parece sus opiniones serán pronto ahogadas por el clamor de tantas mujeres cansadas de su periodo y sobre todo por el rugido de la voz grande, la del dinero. Una vez que las mujeres empiecen a echar en sus carritos de mercado el Lybrel con la puntualidad de sus antiguos periodos, la cuestión ética pasará a segundo o tercer plano.
Lo que a mí me llama la atención de todo esto es la increíble serenidad con que la gente admite vivir en contradicciones e incoherencias espantosas. Hay quien se dice de izquierdas, dizque por defender a los desvalidos, y entonces se declara en favor del aborto, para destruir a los más desvalidos e inocentes. La gente no quiere que el pollo que se va a comer haya recibido hormonas pero luego está dispuesta a saturar de hormonas el cuerpo de la mujer… de por vida. Muchos declaran su lucha contra el imperio del capital pero favorecen la ética de control reproductivo que genera millones de dólares para gigantescas transnacionales. ¿Qué es eso, sino doble juego, o algo peor, una especie de esquizofrenia social?
Las Objeciones
Claro, ya me parece escuchar un par de objeciones. Una mujer se levanta en medio de la audiencia y me dice que yo no sé lo que es menstruar y cuenta una historia triste de las vergüenzas, dolores, incomodidades y desgracias que le ha traído el periodo. Esencialmente, me declara desautorizado para hablar y empieza a elaborar la retórica típica: soy un patriarcalista-machista que se resiste a que la mujer sea dueña de su cuerpo.
La otra objeción intenta apoyarse en una especie de mentalidad de tabú: ¿Qué hace un sacerdote hablando de las intimidades de las mujeres? ¿Qué es eso de estar pontificando sobre el periodo menstrual?
En realidad las dos objeciones se pueden abordar de manera conjunta. Me interesa el periodo de las mujeres porque todos y cada uno de los seres humanos que estamos o estaremos sobre esta tierra tenemos una relación directa con el primer hogar que conocimos, que fue la matriz de una mujer. La razón por la que las mujeres no son ni pueden ser “dueñas” de sus cuerpos es porque sus cuerpos contienen TODO el futuro de TODA la Humanidad. Y si todos dependemos de lo que suceda en la matriz de la mujer, a todos nos interesa lo que suceda o deje de suceder en la matriz y también en el corazón, la conciencia y los valores de las mujeres.
¿Supone el periodo menstrual algunas o muchas incomodidades? No lo niego. A la vez, afirmo, sin embargo, que cuarenta años de propaganda hablando sólo de los males de la menstruación han logrado relegar a la penumbra el hecho más elemental de todos: que a través de ese ciclo se prepara la cuna en la que cada ser humano es acogido y abrazado por primera vez. Sin dudas son emocionantes los paseos de la toalla SERENA; sin duda es fuerte la gratificación sexual que consiguen las mujeres que sacan de su horizonte la posibilidad de ser madres para consagrarse con fuerza a gozar de su piel. Nada de eso dudo. Pero, ¿son esas todas las alegrías de una mujer? ¿No existe algo de alegría en saberse mamá, en sentir que el bebé crece, en sufrir y saber por quién se entrega tanto amor? ¿Es que la única manera de sentir amor es programarse para el placer? ¿No existe acaso la alegría de la donación, de la entrega, y de ver que todo ello produce el milagro de la vida?
Es toda esta otra parte, la parte de la donación y del amor generoso, la parte de la maternidad, la que finalmente se oculta con astucia o con rabia. La consigna de las feministas actuales está clara: separar a la mujer de la maternidad; hacer que ella sienta que el embarazo es una desgracia y que su modo natural de ser es volcarse sobre sí misma, sobre su figura, su piel, su placer. En realidad esta no es una guerra contra la menstruación; es una guerra contra la maternidad. Bueno, ¿y no es ese el primer sentido de aquello que dice la Biblia, que la serpiente está en guerra contra la descendencia de la mujer (Génesis 3,15)?
Los Otros Ciclos
Además del ciclo menstrual hay otros ciclos, que ciertamente duran más que unas cuantas semanas.
Una sociedad que quiere–vanamente–fundamentarse sobre el egoísmo no puede predicar a la mujer otro lenguaje que el de Lybrel: suspende tu periodo, desconéctate de la maternidad, vive para ti misma hasta embriagarte de los placeres más fuertes, y hasta lograr cada una de tus metas. La pregunta es qué sigue después de eso: qué sigue para la mujer y qué sigue para la sociedad–pues en realidad las dos cosas van unidas. Lo que sigue es que vamos a tener una generación de mujeres ebrias de sí mismas, estirando su piel para que no tenga arrugas, y sus años, para pretender que serán siempre jóvenes. Esa generación habrá cometido suicidio social. Su éxito será su ruina porque si consiguen mutilar sus úteros a base de Lybrel no tendrán hijas a quiénes enseñar que el Lybrel hay que tomarlo todos los días.
Esa generación se apagará entre ruinas y vendrá otra generación, la de aquellos pobres que, según frase irónica de Marx, no tienen más riqueza que su prole. Esas otras mujeres, que no conocen tantos placeres exóticos pero sí el gozo de educar niños y verlos crecer fuertes y alegres; esa otra generación de mujeres, venida seguramente de Africa, Asia o América Latina, un día mirará con extraña compasión a las ancianas que murieron secas.
Pero nadie piense que esto sucederá una vez y sólo una. La Humanidad no termina de aprender sus lecciones. A través de grandes ciclos la mucha riqueza produce lujo y pereza, y luego egoísmo y dureza; el egoísmo ahoga a las ideas nuevas y no deja nacer nuevos seres humanos; la asfixia del egoísmo debilita y hace colapsar a las civilizaciones; su caída abre la puerta a nuevos pueblos y estilos que entonces empiezan a levantarse sobre las ruinas de sus predecesores, y así llega después la riqueza; sólo que la mucha abundancia produce de nuevo lujo y pereza, y el ciclo vuelve a empezar. En cada vuelta de ese carrusel cambian los nombres de los mismos crímenes. Las espartanas abandonaban sus bebés en las montañas; las romanas los botaban a alcantarillas; las europeas los abortan o se mutilan ellas a base de Lybrel: en todo ello hay una guerra contra la vida, o mejor, una guerra contra la posibilidad de dar vida, de salir de uno mismo, de entregarse uno para que otro crezca.
Cómo ganar la batalla
No debemos ser demasiado duros con las mujeres que planifican o que se esterilizan indefinidamente con Lybrel. A menudo sucede que ellas han aprendido la dura lección de concentrarse sólo en sí mismas porque no han conocido de los hombres otra cosa. Existe el egoísmo masculino; existe la espantosa indiferencia de tantos “machos” que sienten que la mujer tiene que cargar con todo, desde los dolores de su menstruación hasta los dolores que traiga la crianza de unos hijos, o el dolor espantoso de haberlos abortado. Ese egoísmo ha engendrado el otro egoísmo, el de la mujer que quiere también ella concentrarse del todo en sí misma, en su piel, en su sexo, en sus metas.
No vamos a ganar la guerra en favor de la maternidad ni vamos a mejorar la situación de la mujer sólo denunciando a las transnacionales o espantándonos del libertinaje que cunde por todas partes. Para renunciar a su Lybrel, para sentirse feliz de estar abierta a la vida la mujer necesita encontrar lo que todo ser humano necesita encontrar: que el amor existe; que ella merece respeto, atención y cuidado; que sus esfuerzos cuentan y su donación es apreciada y agradecida por todos.
Finalmente yo veo toda la respuesta sólo en Jesús. Es él quien rompe los ciclos, no los ciclos normales de la naturaleza y del cuerpo, sino los ciclos perversos del egoísmo y la violencia de los hombres. Es él quien hará que cada hombre y cada mujer se sientan felices de ser lo que son, para lo gloria del Padre, y del Hijo, y del
Espíritu Santo.
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