Cuando termina uno de morirse del todo?


FUENTE: http://fraynelson.com/preguntas.php



Algunas personas piensan o creen que el alma de una persona fallecida, se marcha a los 40 días, me imagino que eso lo afirman por los 40 años del paso de Egipto por el desierto, o por la Ascención de Nuestro Señor.

Otras personas dicen que a los tres días, tal vez relacionándolo con la Resurrección.

La costumbre popular del Novenario y la celebración de la Misa de Novenario, también es una respuesta a este interrogante? Y creo que he visto una cosa toda rara, una costumbre, de dejar un vaso de agua durante esos nueve días disque para que la persona fallecida beba.

¿Qué afirma la Iglesia al respecto, qué piensas tu?

Gracias! - Denis Stella Baquero Millán

***

Bueno quiero empezar diciendo que yo pienso lo que piensa la Iglesia, y ello por íntima u gozosa convicción propia.

El Catecismo de la Iglesia, y la Iglesia en general es muy parca, casi cautelosa, al hablar del procesode la muerte. Por una parte nos dice que

1013 La muerte es el fin de la peregrinación terrena del hombre, del tiempo de gracia y de misericordia que Dios le ofrece para realizar su vida terrena según el designio divino y para decidir su último destino. Cuando ha tenido fin "el único curso de nuestra vida terrena" (LG 48), ya no volveremos a otras vidas terrenas. "Está establecido que los hombres mueran una sola vez" (Hb 9, 27). No hay "reencarnación" después de la muerte.

1014 La Iglesia nos anima a prepararnos para la hora de nuestra muerte ("De la muerte repentina e imprevista, líbranos Señor": antiguas Letanías de los santos), a pedir a la Madre de Dios que interceda por nosotros "en la hora de nuestra muerte" (Ave María), y a confiarnos a San José, Patrono de la buena muerte.

Y entiende la muerte en un sentido muy elevado, filosófico diríamos:

364 El cuerpo del hombre participa de la dignidad de la "imagen de Dios": es cuerpo humano precisamente porque está animado por el alma espiritual, y es toda la persona humana la que está destinada a ser, en el Cuerpo de Cristo, el Templo del Espíritu (cf. 1 Co 6,19-20; 15,44-45): Uno en cuerpo y alma, el hombre, por su misma condición corporal, reúne en sí los elementos del mundo material, de tal modo que, por medio de él, éstos alcanzan su cima y elevan la voz para la libre alabanza del Creador. Por consiguiente, no es lícito al hombre despreciar la vida corporal, sino que, por el contrario, tiene que considerar su cuerpo bueno y digno de honra, ya que ha sido creado por Dios y que ha de resucitar en el último día (GS 14,1).

365 La unidad del alma y del cuerpo es tan profunda que se debe considerar al alma como la "forma" del cuerpo (cf. Cc. de Vienne, año 1312, DS 902); es decir, gracias al alma espiritual, la materia que integra el cuerpo es un cuerpo humano y viviente; en el hombre, el espíritu y la materia no son dos naturalezas unidas, sino que su unión constituye una única naturaleza.

366 La Iglesia enseña que cada alma espiritual es directamente creada por Dios (cf. Pío XII, Enc. Humani generis, 1950: DS 3896; Pablo VI, SPF 8) -no es "producida" por los padres -, y que es inmortal (cf. Cc. de Letrán V, año 1513: DS 1440): no perece cuando se separa del cuerpo en la muerte, y se unirá de nuevo al cuerpo en la resurrección final.

El proceso mismo de esa separación no es, hasta donde yo sé, algo que la Iglesia haya establecido, sino que más bien parece depender de evaluaciones médicas o científicas. Lo que parece claro es que la muerte es algo definitivo, y en este sentido, las experiencias que suelen llamarse de "vida después de la vida" no corresponden propiamente a la muerte.

¿Y cuándo llega eso definitivo? La Biblia es casi pragmática en eso: cuando un cuerpo no respira y empieza a corromperse es innegable el avance irreversible de la muerte. Tal es el criterio simple que encontramos cuando Lázaro, el de Betania, ha muerto. Y por eso la hermana de él le dice a Cristo: "Ya huele..." (Juan 11,39). Cosa que equivale a: "Está de veras muerto." En este caso, ya habían pasado "tres días" desde la muerte de Lázaro, lo cual indica la creencia común en esa época de que no puede un cuerpo estar inactivo y como sin respiración todo ese tiempo sin corromperse. Pero una vez más, notemos que en esto no se dan horas, ni fechas fijas, sino criterios simples y muy visibles.

Eso sin embargo deja entender que el proceso mismo de morir puede ser mucho más complejo de lo que suele pensarse. Miremos este pasaje:

Un joven, llamado Eutico, estaba sentado en el borde de la ventana; un profundo sueño le iba dominando a medida que Pablo alargaba su discurso. Vencido por el sueño se cayó del piso tercero abajo. Lo levantaron ya cadáver. Bajó Pablo, se echó sobre él y tomándole en sus brazos dijo: «No os inquietéis, pues su alma está en él.» Subió luego; partió el pan y comió; después platicó largo tiempo, hasta el amanecer. Entonces se marchó. Trajeron al muchacho vivo y se consolaron no poco. (Hechos 20,9-12)

Aunque para la gente se trata ya de un "cadáver," Pablo oghra discernir que el proceso de morir no ha concluido, o tal vez entiende, iluminado por Dios, que algo puede hacerse, porque "su alma está en él."

Nada de eso, sin embargo, apoya la idea de almas de difuntos "rondando" por ahí, o muertos que beban agua. Tales creencias son ajenas a la Escritura, ajenas al Catecismo, ajenas a la Iglesia. Aun suponiendo que el proceso de morir tome muchas horas o incluso días, eso no indica nada de un poder del alma sobre cosas materiales. Lo que hemos de hacer más bien es comulgar y ofrecer nuestra comunión--recibida en gracia de Dios, por supuesto--por los difuntos. Hay que mirar la Sagrada Comunión a la luz de lo que nos enseñó Cristo: se trata de unirnos a él, que es la fuente de la Vida; de ahí surge todo.

Como nos unimos a Él, nuestra oración y nuestro amor ya no son solamente nuestros, sino que en cierto sentido sentido se vuelven suyos. Y como Él es grande, poderoso, sabio y santo, algo de todo eso se une a nuestra pobre humanidad, de modo que la manera como oramos y amamos cambia para mejor de manera dramática y maravillosa. No es extraño que nuestro amor hacia las personas que tenemos cerca--como decir, la familia--se enriquezca y profundice. Estas son verdades profundas y hermosas que no hay necesidad de relacionarlas con partes de nuestro cuerpo porque no es una parte de nosotros sino todo lo que somos, lo que entra en contacto con Cristo y se vuelve instrumento suyo.

Fr. Nelson M.
amigos@fraynelson.com

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